Capítulo Décimo Noveno — Y de repente… Bella Tenía una facilidad asombrosa para acabar volviendo neuróticas a todas sus novias. Lo cual era divertido al principio, pero siempre terminaba rompiéndolas por dentro. Era tan sencillo encariñarse con el chico. Despertaba una ternura inmediata, como esos gatos callejeros flacos y desaliñados que rebuscan en las bolsas de basura. En cierto modo él era así, aterradoramente flaco, no tenía por costumbre peinarse y rebuscaba algo de cariño peregrinando de vagina en vagina. Ellas se enamoraban rápidamente de su potencial, saben los dioses del rock que era un chico muy inteligente, leído y con esa arrogancia del borracho que no está dispuesto a reconocer que esta borracho. De alguna extraña manera, ellas mantenían la esperanza de poder pulir el diamante y ser felices. Él en cambio, se conformaba con poder poner un pie delante del otro al andar. Todas las mujeres que lo habían amado con la intensidad con la que rompen las olas en pleno temporal, también habían acabado odiándole. Quizás con la misma intensidad. Las chicas apostaban todo su dinero a un caballo cojo. Y él no hacía más que perder una y otra vez, carrera tras carrera. Pero perdía con tanto encanto, que era imposible no volver a confiar en él. Y la historia se repetía, hasta que ellas se volvían completamente locas y se marchaban. Él no les guardaba rencor, entendía perfectamente que le dejaran. No le importaba demasiado quedarse solo algún tiempo, porque pronto volvería …
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